El mundo está loco y siempre ocurre lo mismo. No puedo parar de darle vueltas al asunto, aquí, tumbado y moribundo en una habitación de mala muerte; alejado de una patria desagradecida e ignorante. Las heridas de décadas de batallas no hacen sino empeorar en este viejo cuerpo azotado por la humedad de Viena, pero no son esas las marcas que más pesan en mi ser, pues mis propias gentes y mi propio rey dejaron una marca mucho más profunda, imposible de curar... y todo debido a que la gente no aprende, no quiere aprender. Quince años nos separan de Waterloo y vuelven a ocurrir los mismos sucesos. Es ahora, en esta situación y bajo tanto desmoronamiento, que más recuerdo aquella turbulenta época llena de desacuerdos y traiciones; en 1792.
Contaba con quince años cuando salí de la Escuela Naval de Sevilla para labores de Guardia Marina en la fragata Garzota, de treinta cañones, rápida como ella sola. Buenos años en los que no parábamos de cañonear y hacer la vida imposible a los invasores ingleses en Menorca, y no solo a los herejes ingleses dimos caza, pues también los traicioneros berberiscos probaron nuestro hierro y nuestro plomo... de hecho aun en estos dolorosos momentos recuerdo con especial claridad un par de pequeñas escabechinas contra esos malditos perros procedentes de la brumosa y Pérfida Albión.
Una noche hallamos un navío inglés, cuyo nombre nunca supimos, embarcando en una base berberisca con la esperanza de realizar un pequeño pacto militar con nosotros como enemigo mutuo. Creo que ellos lo denominan navío de tercera, constaba de más setenta cañones y podía dejarnos fuera de combate con una sola salva.... tuvimos que improvisar, como todo buen español que se precie. Unas dunas situadas al oeste del puerto nos proporcionaba cobertura visual natural, por lo que se ordenó que gran parte de la tripulación desembarcara en esa posición. Esa parte de la tripulación se dividió en dos secciones, una iría por tierra y la otra en barca por la costa. Camuflados por las dunas y la oscuridad de la noche avanzamos hasta la fragata inglesa.
Sin embargo el incompetente de Antonio Figueiras, un portugués de nariz inquietante, no logró acallar los gritos del timonel inglés, con lo que nos aprestamos a presentar combate hasta el último aliento. Un español puede morir, pero por joder se lleva a diez consigo. Inmediatamente el aire se llenó del entrechocar de sables y alfanjes, de hombres atacando sin descanso con su diestra, mientras que los jóvenes Guardias Marinas actuábamos de siniestra. No era raro ver como alguien, al quedarse desarmado, sacaba con mayor o menor presteza alguna navaja y se acercaba desesperado al rival para verter su sangre en la fría y húmeda madera de aquella endemoniada fragata... en ningún navío lo fue.
Empezábamos a adentrarnos en la cubierta de la segunda batería cuando la base berberisca, aparentemente alertada de nuestra presencia, empezó a bombardear el navío inglés. Ante el temor de que la santabárbara fuera alcanzada nos retiramos inmediatamente a los botes para dirigirnos a la Garzota, que se había acercado sigilosamente para ofrecer el apoyo que se requiriese, y justo empezamos a escalar cuando explotó aquel navío inglés. Al llegar a cubierta para emprender la huida pocos tripulantes no mostraban heridas o marcas de sangre en armas y ropajes.
Es curioso como la ignorancia y la inexperiencia nos afecta en combate, recuerdo la confunsión y el miedo en mis primeros combates, escenas inconexas de sucesos caóticos producto de explosiones y sangrías. Ante tanta desesperación uno intenta centrarse en lo que tiene delante, cubrirse y atacar. Pero pasado el tiempo, cuando comprendes más, esos detalles que deseabas no ver con claridad para no caer en la locura se tornan claros y te ayudan a comprender la situación: el astillado de la madera, las heridas de los compañeros, el sonido de la metralla al rasgar el aire... Si es cierto que el Diablo está en los detalles, entonces la guerra es su hogar, y si el Diablo sabe más por viejo que por Diablo las personas como yo somos sus más representativos sirvientes. Tal vez el Infierno sea el destino que nos depara a todos los que participamos en esa sin razón.
Pero a estas alturas ni siquiera creo en el Infierno.